María Martín Gómez es profesora de filosofía de la Universidad de Salamanca, con aportaciones académicas muy interesantes sobre el Renacimiento, la hermenéutica, y el pensamiento hispanoamericano, en especial sobre Fray Luis de León y la Escuela de Salamanca -cuestión crucial para los que tratamos de pensar en esta lengua y en la que ojalá tengamos tiempo de entrar en el futuro-. Pero además de todo eso, es una mujer que un día decidió ser madre, y como muchas madres primerizas comenzó a buscar información; en su caso bibliografía filosófica sobre la gestación o sobre la maternidad. ¿Qué nos dicen los clásicos del pensamiento occidental acerca de esa vivencia tan profunda cómo es la de ser madre? Pues no nos dicen nada, o muy poco. Y eso es lo que empujó a Martín Gómez a escribir(se) un texto que hablara del embarazo en diálogo con la historia de la filosofía occidental.
Así, podemos encontrar reflexiones sobre la salud que acuden a Gadamer, sobre la naturaleza humana que acuden a Sartre, al tiempo y la espera que acuden a Heidegger, a la perspectiva individual de la realidad que acuden a Ortega y Gasset… Y en muchas ocasiones a lo largo de este diario, siendo fieles a la disciplina, preguntas incómodas que nos expulsan de las certidumbres trazadas por lo socialmente aceptado en torno al embarazo y la maternidad.
Desde un enfoque puramente filosófico, el texto es muy introductorio y divulgativo. Puede ser interesante entre aquellos que se están acercando a la filosofía y han sido madres -también padres-. Entre los que no hemos experimentado la maternidad o paternidad, la mirada profunda de la autora sobre un hecho en el que no solemos depositar una mirada filosófica, nos descubre muchos matices que nos pasan desapercibidos, y en algunos casos, difíciles de comprender. Un libro
En resumen, la autora elabora un diario muy personal, incorporando todos los temores y dudas de la vivencia, y regado de referencias filosóficas y reflexiones al hilo de todo lo que experimenta durante su primer embarazo. Si bien es cierto que funciona casi de gancho para trasladar al mundo de la filosofía lectores “externos” a ella a través de la maternidad, sería fantástico que tuviera una recepción dentro del mundo académico-filosófico como seguro que lo está teniendo fuera de él. Como mínimo para constatar dos cosas, que la autora expone con rotunda claridad; que el pensamiento occidental deja a la sombra muchas vivencias y realidades -más cuando se trata de una historia escrita en su mayoría por hombres- y que el discurso filosófico muestra su impotencia para dar respuesta a la vivencia individual de las realidades fundamentales del ser humano, de la vida y la muerte. “La filosofía no me ayudó a entender todos los procesos de cambio que experimentó mi cuerpo durante la gestación de un ser humano”. Porque el valor de la filosofía es precisamente el de lidiar con las preguntas, saber vivir en la incertidumbre y ser capaz de distinguir lo importante de lo secundario. También, saber que lo primero no es la filosofía, sino la vida, como nos recuerda desde hace diez siglos Anselmo de Canterbury. Ese es también el legado que esta madre filósofa se propone dejar a su primer hijo, al que se dirige en este Diario de una filósofa embarazada.
Diego Civilotti – 13/01/2022