“El intelectual plebeyo. Vocación y resistencia del pensar alegre” de Javier López Alós (Taugenit, 2021)

Un libro inteligente y audaz; así podemos describir El intelectual plebeyo de Javier López Alós, que ya había sacudido la academia al pensar su encaje en las coordenadas sociopolíticas y económicas actuales hace un par de años, con Crítica de la razón precaria (Catarata, 2019). En este caso, recoge un rumor subterráneo en el mundo académico y cultural de nuestro país y lo lleva al concepto y a la palabra, con meritoria claridad.

Tras una introducción y un primer capítulo de gran esfuerzo sintético, que nos ofrece una visión panorámica del devenir histórico de esa extraña figura llamada intelectual, desde su aparición hasta su pérdida de autoridad en el espacio público, pasando por las célebres caracterizaciones de su compromiso en la pasada centuria, como la de Jean-Paul Sartre (¿Qué es literatura?, 1948).

El autor lleva a cabo una reivindicación de una identidad intelectual (en concreto una vida intelectual) no basada en el desaparecido protagonismo y capacidad de influencia dentro de un determinado compromiso público, sino en el tipo de actividad y en un compromiso personal con el uso de las propias capacidades, que condiciona y define su propia existencia. No es una reivindicación inocente o sin consecuencias, puesto que la clave está en la extensión de una figura que sustituye al antiguo intelectual, descrita en el capítulo 2: el “experto”, caracterizado por una expertise que neutraliza toda crítica al orden político imperante (“nuestro cosmos neoliberal”). Una figura con muchas aristas, que irremisible nos remite a las decisiones que toman las administraciones frente a la pandemia actual: “El juicio del experto es válido en la medida en que permite tomar decisiones rápidamente, acortando los instantes de duda y los procesos deliberativos, en suma, desproblematizando las acciones. El juicio del experto liquida la cuestión de la responsabilidad: es lo que hay que hacer, mera aplicación técnica de un saber que no tiene por qué estar conectado a ningún otro valor” (p.53).

Además de clásicos de la cuestión como Julien Benda o Noam Chomsky, la gran referencia como punto de partida, con la que el texto dialoga en varias ocasiones, es la obra del historiador italiano Enzo Traverso ¿Qué fue de los intelectuales?. Y añadido a ello, el suelo sociológico que proporciona aún la obra de Max Weber. A partir de ello, López Alós se remanga para caminar sobre el barro de realidades inmediatas como la de los opinólogos y tertulianos, y su dimensión política, o la hipertrofia en la producción académica actual.

El resultado será, frente a la escritura “inmunitaria” (a la defensiva y cerrada sobre sí) la propuesta del goce alegre de la escritura; frente al intelectual clásico, el intelectual plebeyo, que se mantendrá en el rigor, la responsabilidad y el compromiso con la verdad, pese a la irrelevancia pública de su discurso: “el horizonte normativo de una vida intelectual regida por la curiosidad, el respeto y consideración hacia el otro y la búsqueda cooperativa de la verdad”. Una figura, la de este intelectual plebeyo, completamente incompatible, y por eso crítica, con el marco neoliberal basado en la competencia desatada y la rentabilidad inmediata.

Desde hace años, frente a cada crisis o acontecimiento político, convive una pregunta en el desierto (pero, ¿dónde están los intelectuales?) con la celebración frente a la desaparición de la figura del intelectual. Javier López Alós nos recuerda los matices y las implicaciones no sólo sociopolíticas sino incluso filosóficas, que se olvidan en esa celebración. Un meritorio y urgente ejercicio intelectual capaz de interpelarnos en el asiento, la cátedra, o el escaño, si es que desde el escaño queda alguien con la capacidad y la valentía para extraer consecuencias.

Diego Civilotti – 27/05/2021