Adolph Peter Adler (1812-1869) era un teólogo y pastor danés, que obtuvo en 1840 su artium magister, título más o menos equivalente a nuestro Máster, previo al doctorado, con una disertación inspirada en el pensamiento de Hegel. Tuvo una carrera académica mientras se desempeñaba como pastor de una parroquia, hasta que a principios de 1844 fue cesado como pastor y será apartado definitivamente. La razón: haber afirmado en el prefacio a sus Sermones, publicados el año antes, que había tenido una revelación. Se le somete a un juicio eclesiástico, y se concluye que sufre demencia.
Søren Kierkegaard se detiene y piensa en profundidad el uso de la palabra revelación. A partir de su caso, Kierkegaard, que lo conocía personalmente y que había recibido esos Sermones incluso, elaboró una serie de reflexiones, porque consideraba que el propio proceso contra Adler no sólo era digno de estudio, sino que podía dar muchas claves sobre la relación del cristianismo con la sociedad y el ambiente intelectual de su época, muy influido por el hegelianismo.
Tres meses lleva a la venta este libro editado en Trotta, poco conocido y no publicado en vida del autor, que recoge una traducción española por primera vez, gracias a la fantástica labor de Eivor Jordà Mathiasen, que hace hablar con mucha fluidez a Kierkegaard en nuestra lengua, pero al mismo tiempo -como revelan las notas y el glosario final- hace un trabajo muy detallista. Lo hace sobre la edición en 2012 del Centro de Estudios de Soren Kierkegaard en la Facultad de Teología de la Universidad de Copenhague. Puede que me equivoque y no se lo he preguntado a la editorial, pero tengo la sensación de que está teniendo menos resonancia que la que debería tener, porque nos revela mucho de la última forma que tiene el corazón del pensamiento de Kierkegaard.
Lo que se propone Kierkegaard en este libro es una tarea siempre hercúlea, entonces y ahora: la comprensión de su época. No podemos ahora explicar Kierkegaard, pero en pocas palabras, él parte de una mirada crítica hacia la filosofía de Hegel, y de una serie de preguntas sobre la relación con uno mismo, y sobre qué es el individuo: ¿cómo se llega a ser un individuo? Y en términos de cristianismo, entendido como cuestión personal, ¿cómo se llega a ser cristiano? La respuesta está en una serie de estadios del camino de la vida, a través de los cuales se realiza el individuo, el último de los cuales es el estadio religioso: la religiosidad, que es estar ante Dios y que aparece constantemente en este libro, tiene dos formas: la religiosidad dialéctica, estar en relación con un Dios que está en todas partes, como fondo de la existencia; o el misterio de un Dios que aparece en el tiempo, bajo la figura histórica de un hombre. Esta forma 2ª de religiosidad, que implica un salto cualitativo y que coincide con la fe cristiana, desborda la razón, es un escándalo para la razón. El paso de una a otra no es intelectual: es un paso vital, que parte de una conmoción existencial que sacude al individuo: es la revelación.
Lo que ocurre es que Adler no abandona la vía de Hegel y sigue procurando racionalizar la experiencia personal e intransferible de religiosidad. Adler encarna la época que dibuja Kierkegaard: hipócrita, superficial y que ama los fuegos de artificio. En este sentido, Adler, que tiene una gran confusión, es el paradigma de una época también muy confundida, que confunde también la fe. Porque contra lo que pensaba Hegel, la fe es esencialmente paradójica: sustituye la desesperación por la esperanza y la angustia por la confianza en Dios, pero nos lleva más allá de la razón y la posibilidad de comprender. Eso es lo que no ha entendido Adler, cuando dice que ha tenido una revelación.
Son muchos pasajes que podríamos destacar. Y al leer la introducción, uno se da cuenta hasta qué punto Sartre, que lo llegó a definir como antifilósofo, copió a Kierkegaard en muchos pasajes de El ser y la nada. Una introducción en la que distingue entre “escritores de premisas” y “escritores genuinos”; los primeros, que equipara a los sofistas, serían los falsos escritores que se hacen pasar por escritores, aquellos que escriben para satisfacer a su época y para hacer dinero: “se promociona a las cabezas más insignificantes y, por supuesto, como consecuencia de ello, el número de escritores se incrementa notablemente”. Pero no tienen nada que comunicar. Los segundos, son aquellos que tienen una concepción o visión de la vida, y se mantienen fieles a ella. A mi modo de ver, y echando mano de un anacronismo, los que asumen la postura que describe Marcel Proust en “El tiempo recobrado”, última parte de En busca del tiempo perdido.
Sin embargo, Kierkegaard no habla sólo de escritores de ficción, que es lo primero que se nos viene a la mente, sino que prepara la teoría para hablar del profesor Adler, que ha manifestado tener una revelación, lo ha puesto por escrito, y esa revelación (algo que escapa a la razón) le empuja a poner en cuestión el statu quo, en este caso, de la Iglesia, que representa una racionalidad que no tiene nada que ver con la fe. Tampoco con la espiritualidad, que para Kierkegaard hay que buscar dentro, en el sí mismo, y no fuera.
Muchas veces se elogian libros del pasado, diciendo que su contenido es muy actual. En este caso, es que la sociedad de su época se parece mucho a la nuestra; llena de ruido, y donde él habla de la prensa, nosotros podríamos hablar de las redes sociales. El contexto es el mundo mezquino, corrupto y regresivo, de la Restauración después del Congreso de Viena (1814-1815), donde triunfaron las intrigas de corte y las luchas de poder por encima de los ideales y los sueños de cambio, y que va a estallar en las revoluciones de 1848 donde al liberalismo se añaden los nacionalismos y el movimiento obrero (lo que Kierkegaard llama “nuestra época de los movimientos”).
Hay fragmentos farragosos con los detalles sobre el proceso contra Adler, pero a partir de ahí aparecen momentos de gran brillantez filosófica, sobre la relación entre razón y fe, o entre ética y estética, acerca de la noción de genio, la tensión entre individuo y sociedad… En estos ensayos se lee el Kierkegaard más irónico, intempestivo e impertinente, como lo definía Carlos Goñi en un libro editado también en Trotta en 2013, El filósofo impertinente: Kierkegaard contra el orden establecido.
Diego Civilotti – 13/05/2021