Como dice Fernando Pérez-Borbujo en su texto, es una “impertinencia” proponer una filosofía de la angustia después de Schellin, Hegel, Kierkegaard, Freud, Heidegger, Lacan, Sartre y Sloterdijk. El autor lo hace vinculándola a una filosofía del principio, teniendo en cuenta la polisemia de este que en alemán se distingue; principio como inicio (Anfang), y como principio superior (Prinzip).
El ensayo se divide en tres grandes partes, dedicadas a las tres dimensiones de la angustia, nacimiento, libertad y muerte (“una triple angustia de una triple facultad de un principio único”, p. 51), precedidas de una serie de preámbulos. En ellos el autor refina los conceptos que después desarrollará, y presenta el espacio en el que se desarrollarán esas dimensiones: el marco de las “edades del hombre”, para presentar una lectura diferente a las que han dominado desde el idealismo alemán al existencialismo, que comprendían la angustia desde el fin y la muerte. En cada una de esas edades entre el nacimiento y la muerte (infancia, juventud y vejez) predominará una de las tres dimensiones de la angustia que se va desarrollando gradualmente (infancia ligada al nacimiento, juventud ligada a la libertad, vejez ligada a la muerte). Freud y Sloterdijk serán las referencias importantes de esta primera parte.
La segunda parte dedicada a la libertad, arranca con un capítulo dedicado a la reflexión ética, teniendo en cuenta que se trata del fundamento de la dimensión moral y religiosa del ser humano. En esta parte, el existencialismo tiene cierto peso pero las referencias son mucho más heterogéneas, desde la filosofía antigua hasta el pensamiento cristiano, que culmina en un iluminador sexto capítulo dedicado a la angustia religiosa y el absoluto, donde la referencia a la antropología de Søren Kierkegaard es inevitable.
Es en la tercera y última parte donde la acotación temporal es más estricta, porque Pérez-Borbujo nos recuerda que es entre mediados del XIX y principios del XX cuando nos encontramos “con una angustia que hasta entonces parece haber estado escondida” (p.203): la angustia del fin. Todo ello tiene raíces históricas muy anteriores que el autor no deja de señalar, pero se ocupa de la forma que toma esa angustia en la crisis de la modernidad, que en alguna ocasión ha sido definida como la era de la angustia y donde destacan aportaciones como la de Martin Heidegger. Esta parte nos ofrece una amplia reflexión sobre la muerte, que arranca con una aclaración conceptual sobre los tres sentidos que tiene la palabra “fin” en nuestra lengua: como finalidad, como destino, y como cese, término (el aspecto más enigmático y trágico). Una “angustia múltiple” (p.224) la de la muerte -la de la inteligencia, el deseo, lo nacido, la experiencia…- por la que el autor nos pasea hasta llegar a un noveno capítulo que le sentido, no sólo a esta parte, sino a todo el libro. En él, el autor descubre las raíces de la esperanza en la angustia, “una constante de la condición humana” (p.245), que da como fruto utopías, distopías, sueños… para ligar el principio con el fin.
El texto se completa con tres excursos al final de cada parte, y un epílogo donde se expone el principio de angustia, en diálogo crítico con la tradición, como una doctrina metafísica que nos recuerda que “sólo una vida angustiada puede llegar a ser una vida esperanzada” (p.279). Antes de la bibliografía, un apéndice cierra el libro, muy didáctico para entender el arco histórico desde el idealismo alemán hasta la crisis de la modernidad que se despliega en el siglo pasado.
Sólo teniendo un sólido conocimiento de la tradición filosófica, especialmente de la modernidad, se puede afrontar con garantías una tarea como la que afronta este ensayo. Y Pérez-Borbujo no sólo la tiene, sino que su esfuerzo pedagógico y estilo depurado nos permite disfrutar del trayecto, con un trabajo apasionante.
Diego Civilotti – 26/05/2022