Carlos Blanco es una mente tan brillante y activa como precoz, que a sus 36 años de edad cuenta con un gran número de publicaciones, además de haberse formado como filósofo, químico y teólogo, y ser Doctor en Filosofía y en Teología, profesor de la Universidad Pontificia Comillas. El sentido de la libertad es uno de sus últimos trabajos, un ensayo de lectura exigente, que al mismo tiempo se presenta como una amplia introducción a los principales temas que giran en torno a la idea de libertad.
El punto de partida del texto es la demoledora frase con la que se abre: “si el universo no manifiesta interés alguno en mí, ¿por qué debo actuar moralmente?”. Es el primer capítulo, titulado “La libertad y el universo físico”, quizás el más redondo del ensayo. En él, Blanco muestra sus cartas y sus premisas teóricas, en aspectos que recorren el ámbito de la teoría del conocimiento, haciendo dialogar con agilidad y rigor, la filosofía con las ciencias. En la última sección de ese primer capítulo, dedicada a la voluntad como potencia creadora de sentido, ya se tienden puentes hacia el segundo capítulo, “La libertad y la ética”, donde se apuntalan conceptos éticos tras presentarnos como un objeto de la naturaleza, gobernada por leyes ciegas “antes los esfuerzos morales”, y en el centro de una profunda contradicción que convierte la normatividad ética en un reto: “¿cómo saber qué es lo correcto en cada caso?” (p.116).
La referencia a Kant en este aspecto, es obligada, en relación a la búsqueda de principios a priori de los juicios morales. Blanco describe las debilidades de ese proyecto, y la insuficiencia tanto del formalismo como del consecuencialismo, cuyas posturas sintetiza; en el propio Imperativo Categórico encontrará rastros de lo que pretende combatir: el principio de utilidad. El examen crítico se extiende a otros autores como Hume y Leibniz, y a numerosos conceptos de la tradición que han sido influyentes, para desembocar en un análisis de la autonomía de la razón, “la esfera de un pensamiento sometido a sus propias reglas lógicas frente a las imposiciones del principio de utilidad”.
En el último capítulo, el autor retoma aspectos presentados en el primero, respecto a una filosofía de la mente que aborde la relación entre libertad y conciencia, teniendo presentes los descubrimientos de las neurociencias. Un fragmento que culmina en un alegato contra el nihilismo, la indiferencia y el imperio de lo dado: “estamos obligados a interrogarnos, y a descubrir el horizonte de nuestras posibilidades” (p. 214). Todo redondeado en un epílogo que retoma la fuerza declarativa del existencialismo: “me siento arrojado en un mundo que yo no he creado” (p.217).
Elaborar un libro académico y al mismo tiempo entrañable y dotado de un profundo sentido humanista, es algo muy difícil de lograr, y Carlos Blanco lo ha hecho.
Diego Civilotti – 14/04/2022