De Byung-Chul Han hemos hablado en otras ocasiones en este espacio, y su obra no necesita presentación. Se trata de una estrella mediática de la filosofía, tan leída como criticada, especialmente desde el mundo académico. A poco que uno se haya acercado a sus breves ensayos, se percata de que un reducido número de ideas se reformulan, se reorganizan y se transforman en herramientas para pensar fenómenos contemporáneos.
En el caso de La sociedad paliativa, sucede ya en la segunda página: “Vivimos en una sociedad de la positividad que trata de librarse de toda forma de negatividad. El dolor es la negatividad por excelencia”. Es decir, Han extiende su crítica sobre la violencia de la positividad en lo que denomina la sociedad del rendimiento, a fenómenos actuales como la psicología positiva o el imperativo de la felicidad, síntomas de una transformación en nuestra relación con la muerte y el dolor. Todos ellos encajan en su diagnóstico en textos anteriores: el exceso de positividad deshace la negatividad consustancial no sólo al paradigma inmunológico, sino al mismo concepto de verdad en Occidente desde la antigüedad griega, entendido como una negatividad que discrimina lo que no es. Por lo tanto, lo que propone Han es un reencuentro con el dolor originario para extraer su contenido de verdad, y compartirlo.
El libro se divide en 11 capítulos muy breves. En el primero de ellos, el autor plantea la premisa de la “algofobia” o fobia al dolor, en el corazón de una sociedad anestesiada, incapaz de darle un significado al dolor, porque la máquina económica debe seguir funcionando. Existe una generalización, incluso una coacción, sobre los modos en los que debemos relacionarnos con el dolor: una liquidación del pensamiento y el discurso del dolor. Eso lo aborda en el segundo capítulo, “La obligación de ser feliz”. En ocasiones, Han fuerza las categorías para atribuirle capacidades anestésicas, especialmente al hablar de la pandemia, los dispositivos digitales o la Inteligencia Artificial, desde el espíritu casándrico que denunciaba David Casacuberta. Más interesante resulta al redescubrir la dimensión cultural del dolor en el arte, la literatura o la tradición mística.
Hay algo que desalienta en Han -y no lo que tanto se ha señalado: que la dimensión crítica opaque cualquier dimensión propositiva-. Y es que gran parte de su obra parece una introducción a su pensamiento, sin llegar a profundizar y extraer las últimas consecuencias de sus planteamientos, lo cual la debilita frente a los análisis. Precisamente, sus observaciones son detonadores de pensamiento sobre el presente que podrían llevar mucho más lejos de lo que él las lleva. En cualquier caso, Han siempre resulta difícil de situar; escapa a las tradicionales distinciones entre izquierda y derecha, en este ensayo más que nunca. Es tarea nuestra, la de los lectores, no la de catalogarlo o situarlo, sino la de discutirlo y seguir tirando del hilo.
Diego Civilotti – 10/03/2022