Gershom Scholem fue un gran historiador, especialista en la mística judía. Pero además, una de las cosas por las que se suele mencionar en filosofía, es por su amistad con Walter Benjamin, sin duda uno de los más grandes pensadores que ha dado el siglo XX, y que la barbarie nos arrebató demasiado pronto, cuando se suicidó con 48 años en Portbou mientras huía del nazismo.
Son tres los textos que se recogen en este breve volumen. Con el título de Walter Benjamin, el texto es una conferencia que pronunció Scholem en 1964, en el Instituto de Investigación Social (Institut für Sozialforschung) de Fráncfort. A continuación, Walter Benjamin y su ángel procede de otra conferencia posterior, en 1972 en un acto organizado por la editorial Suhrkamp en Fráncfort también. Finalmente, Los nombres secretos de Walter Benjamin que da título al libro, consiste en un artículo publicado en la célebre Neue Rundschau en 1978.
Ese texto, el más breve, con buen criterio da título a todo el libro, porque efectivamente hay mucho de la identidad intelectual y personal que se sugiere en pocas páginas. En el primer artículo, el historiador judío es capaz de recrear la imagen viva de Benjamin, desde que lo conoció, hasta lo que significa su legado, los malentendidos que ocasionó y las tergiversaciones que sufrió. Scholem es rotundo al definirlo: filósofo, metafísico, agudo, difícil, escéptico, extravagante, sistemático y “fragmentista” al mismo tiempo. También es en ese primer texto donde Scholem aclara en poco espacio muchas cuestiones en torno a la profunda relación de Benjamin con el judaísmo, y el lugar que le reserva junto a Freud y Kafka.
Walter Benjamin y su ángel es el texto central y el más profundo posiblemente, donde Scholem habla del estilo de Benjamin, de sus experiencias vitales… y reivindica y demuestra la relación entre su pensamiento y una tradición mística que no tiene nada que ver con la experiencia de Dios. Y además, tiene el interés que incluye la reproducción de una nota de un cuaderno descubierto entre los escritos póstumos, con apuntes de Benjamin entre los años 1931 y 1933, que lo que revela, además de algunos detalles sobre su relación con el Angelus Novus, el cuadro de Paul Klee, es la profunda complejidad de sus ideas, no en el sentido de la dificultad para entenderlas, como en el sentido de que no permiten reducirlas a etiquetas, ni marxismos, ni misticismos, ni nada. Lo que sí permiten es reivindicar, porque muchas veces se olvida, que era un filósofo, y un gran filósofo además.
Parece algo muy específico o sólo para entendidos en su obra, pero no es así. No sólo es una lectura subyugante y placentera sobre un pensador que exige mucho, sino también indispensable para cualquier interesado en Benjamin, para seguir cuidando de su ángel, que sigue de espaldas al futuro, mirando las montañas de ruinas que vamos dejando a nuestro paso.
Diego Civilotti – 10/06/2021