“Que nada se sabe” de Francisco Sánchez (Tecnos, 2020)

Hemos hablado ya en FdB de Descartes, de Hume, y ha aparecido Montaigne y el escepticismo. El escepticismo, además del uso cotidiano que le damos es, más que una corriente en sí misma, una tendencia que atraviesa la historia del pensamiento occidental desde la antigüedad y se manifiesta de distintas maneras y en distintas escuelas. En general, y resumiendo, suspende el juicio sobre la realidad, es prudente sobre las afirmaciones que da sobre el mundo. El propio Sócrates, como explicaba en los primeros episodios, no era un escéptico ni mucho menos, pero tenía una actitud escéptica cuando iba mostrando a los que creen saber y dicen que saben, que en el fondo no saben de qué va esto. Porque la skepsis, la skeptesthai, quería decir simplemente investigar, examinar con atención, antes de emitir un juicio o una opinión. Yo creo que vivimos en los tiempos menos escépticos que se pueden imaginar, o al menos en los tiempos que menos escepticismo manifiesta: todo el mundo está muy seguro de todo, y tiene la necesidad de emitir un juicio cerrado, definitivo, antes de reflexionar, contrastar o examinar nada. 

Todo esto para decir que damos un paso atrás respecto a Hume, que mencionaba antes, acercándonos más a los tiempos de Montaigne que a los de Descartes, para conocer un predecesor renacentista en esa tradición escéptica.  

Hablo del médico y filósofo Francisco Sánchez (1551-1623) de nacionalidad disputada entre españoles y portugueses, al que Menéndez Pelayo clasificó, ni más ni menos, que entre uno de los precursores españoles de Kant (por poner el límite de la ciencia en la trascendencia) y en esa cruzada personal nacionalista, decía que la filosofía de Descartes se había formado con despojos de la filosofía española, entre ella especialmente la de Sánchez. En cualquier caso, formado en Francia, en Burdeos y Montpellier, y hasta sus últimos días residente en Toulouse. 

Lo hago a raíz de la reciente publicación en la editorial Tecnos de Que nada se sabe (Quod nihil scitur), traducida del latín a partir de la primera edición de 1581 en Lyon. El escepticismo de Sánchez tenía mucho que ver con la búsqueda de un método riguroso para conocer la realidad, y la imposibilidad de buscar los principios últimos, llegar a la última causa, que sería Dios. Y por eso también, como sucedía en otros autores de la época y posteriores, se lleva a cabo una crítica del aristotelismo y el platonismo, especialmente de la teoría del conocimiento de Aristóteles y Platón. Es decir, que pese al título, ojo, que es un clickbait de la época, porque lo que pretende Sánchez no es destruir todo o caer en un cómodo relativismo como el actual, no que no hay manera de conocer nada, sino hablar de la fundamentación del conocimiento científico (de la naturaleza y de nosotros mismos) a partir de la experiencia, que es la herramienta más fiable como seres limitados que somos, pero que necesitamos fundamentar. Es decir no de que no sabemos, sino de que es necesario saber bien.   

La introducción de la traductora y autora de esta edición crítica, Mª Asunción Sánchez Manzano, filóloga, profesora de la Universidad de León, puede resultar algo abrumadora y académica, pero es excelente y tiene un gran valor para situar adecuadamente a Francisco Sánchez en el contexto intelectual de su época, y nos permite entenderlo como gran humanista que fue, con un pie en la antigüedad clásica y otro en la modernidad.     

En resumen, un texto clásico que merece estar en esta colección de “los esenciales de la filosofía” de la editorial Tecnos, y como suele suceder en otros libros de esta colección, sin cargarlo de notas pero con anotaciones al texto muy útiles.  

Diego Civilotti – 15/04/2021