A propósito de Goya, decía Francisco Calvo Serraller que la contemporaneidad de Goya se basa en que nuestra relación con su obra no está cerrada, y no lo está porque sigue planteándonos interrogantes.
Luis Peñalver, que se ha dedicado al ámbito de la estética y la filosofía del arte, ha publicado este libro en 2020, donde parte de reivindicar a un Goya “filósofo”, una idea que tiene una larga tradición, desde Charles Yriarte en el siglo XIX, que hablaba por ejemplo de sus dibujos como “el idioma de su pensamiento”, hasta Tzvetan Tódorov en la actualidad.
Tras una introducción, el libro se divide en cuatro grandes bloques, coronados por un último capítulo que más que unas conclusiones es un postludio que se viene a añadir, muy literario, donde Peñalver confiesa: “hemos asumido en este ensayo el desatino de pensar lo que no se deja pensar, sino tan sólo presentir en la oscuridad de atávicos sueños…”. A esto se le añaden tres apéndices que desarrollan con más detalle cuestiones que aparecen a lo largo del libro.
Con una mirada muy aguda, Peñalver se fija sobre todo en sus dibujos y grabados, en todo aquello que queda en la Quinta del Sordo cuando abandona Madrid y se marcha a Burdeos, y la serie que después se ha llamado los Disparates como culminación de los Desastres. En los Desastres, Peñalver identifica la soledad como motor del pensamiento del desastre y la paradoja de la función que tienen las imágenes en un pensamiento así, por una parte suplantan a las cosas, para seguir viéndolas, y por otra, nos distancian de la realidad para soñar o imaginar alternativas.
Pero lo que se ve en los Desastres, para Peñalver, es un pensamiento profundo sobre la falta de sentido, la propia muerte es inútil, no heroica. Él se fija en la estampa 69 de los Desastres, donde se ve un cadáver incorporándose desde su sepultura, a punto de escribir la palabra “Nada” que aparece en el título: “Nada. Ello dirá”. Es un nihilismo que ya no es trágico ni grandilocuente como el del romanticismo: Peñalver dice que en el silencio que nos arroja las imágenes de Goya, ya se ha desmoronado, antes que Nietzsche lo certifique, no sólo Dios sino también el yo. Por eso en el último capítulo, el autor argumenta que en Goya hay una liquidación del propio sujeto moderno situado frente a un mundo que representa y domina. Es que ya no lo puede ni soñar, nos dice Peñalver. Y por eso salta, como no se puede hacer desde la filosofía y sí desde el arte, porque se salta a un mundo que no se deja pensar.
Siguiendo lo que opinaba Baudelaire de los Caprichos, lo admirable en Goya es que hace lo monstruoso verosímil. Y eso abre otro interrogante, sobre si Goya revela la humanidad de lo monstruoso o lo monstruoso de lo humano. Precisamente, la figura del monstruo fue el hilo conductor de la tesis doctoral de Luis Peñalver (en ese caso, estudiándola en el Bosco).
Desde ese rastreo filosófico de Goya, Peñalver consigue transmitir una imagen precisa de un Goya que precisamente escapa a toda imagen, un Goya que escapa a todo concepto incluso, un Goya que era ilustrado y al mismo tiempo siempre se sintió atraído por la dimensión irracional del ser humano.
Diego Civilotti – 29/06/2021