“Los filósofos cínicos. Antología de textos” edición de Ignacio Pajón Leyra (Tecnos, 2019)

Son muchas las lecciones que podríamos aprender de los cínicos. Y no me refiero al adjetivo que el diccionario de la RAE define como “dicho de una persona: que actúa con falsedad o desvergüenza descarada”. Me refiero a los miembros de una escuela filosófica heterodoxa y una forma de vida, que se funda con Antístenes en el siglo IV a.C. y que con mayor o menor fortuna, sobrevive durante toda la antigüedad. Una escuela de pensamiento menos atendida que otras por la tradición occidental, de la que podríamos seguir aprendiendo. Eso es lo que nos propone el libro que traigo hoy: Los filósofos cínicos. Antología de textos.

Dignísimos herederos de la actitud socrática, siguieron una trayectoria alternativa a la de Platón y Aristóteles, estando en la ciudad, pero viviendo al margen de las convenciones, al margen de las normas ciudadanas. Por eso, señala muy bien en el prólogo Tomás Calvo, que el modelo del cínico (aunque su origen es discutido, palabra que deriva del griego kynós, es decir perro) no es ni el perro casero y doméstico, ni el lobo salvaje sin contacto con la civilización. El modelo es el perro callejero: aquel que deambula libre por la ciudad, ajeno a las opiniones y sin someterse a las normas.

En el primer episodio de todos, en noviembre de 2019, hice referencia a la actitud crítica, irónica y molesta de Sócrates, que hacía ver a sus ciudadanos su propia ignorancia. El pensamiento cínico es en cierto modo, una radicalización de eso: ellos se atreven a tirar del hilo de Sócrates, a extraer las consecuencias de esa actitud y llevarlas hasta las últimas consecuencias y se rompe el empeño cívico y el vínculo con la polis de Sócrates. Por eso, el editor Ignacio Pajón, dice en su brillante introducción (que más que una introducción es un extenso estudio de unas 160 páginas), que “la ironía se amplifica y se desata hasta convertirse en sarcasmo; y el desprendimiento de lo material se manifiesta en su plenitud convertido en auténtica miseria”.

Diógenes de Sínope es el cínico más célebre y el gran impulsor del cinismo, pero también la imagen que se ha construido ha contribuido a confundir y diluir el propio pensamiento cínico. De hecho, de él sólo nos han llegado fragmentos y anécdotas de origen discutido y hay toda una leyenda en torno a él, que en este libro se expone con claridad. Nos ha llegado toda una doxografía, que recoge sus ataques a Platón, al que consideraba un engreído, cuya obra era una pérdida de tiempo. Y también la conocida anécdota legendaria con Alejandro Magno, del que era contemporáneo y con el que comparte año de muerte: Alejandro, el gran conquistador, un hombre muy poderoso, a las afueras de Corinto, pide conocer a ese filósofo tan peculiar que vive con los perros. Y cuando lo ve, viviendo en la miseria, durmiendo en una tinaja y rodeado de una jauría de perros, le pregunta qué puede hacer por él, “pídeme lo que quieras” en una muestra también de su poder. Diógenes le pide sólo una cosa: que no le tape el sol que está tomando. Alejandro tiene que conquistar y extender su dominio, esforzarse mucho para llegar a la tranquilidad del ánimo que es la clave de la felicidad para los antiguos, y Diógenes, que no tiene ni patria, no tiene ni quiere nada, ya la tiene desde el principio.

La edición, que en su selección de texto sigue un orden temático, es una verdadera caja de herramientas, porque apunta a recuperar el cinismo como crítica contracultural de un presente tan desorientado como el nuestro. En primer lugar, testimonios y retratos de los principales autores, desde Antístenes y Diógenes hasta Menipo y los últimos cínicos. Al final de la antología, el editor añade con muy buen criterio 5 apéndices: 4 autores que rescatan el cinismo en la filosofía contemporánea y actual: Nietzsche, Foucault, Onfray y Sloterdijk y un glosario de términos filosóficos cínicos muy didáctico.

Hacía mucho que no aprendía, disfrutaba y me reía tanto con un libro de filosofía. Aprendamos de los filósofos perros que aprendieron a ser callejeros sin abandonar la ciudad, asediados por lobos salvajes y señalados por los perros domesticados.

Diego Civilotti – 14/01/2021