El inclasificable Denis Diderot daba que hablar en su tiempo y lo sigue haciendo hoy. Más aún si cabe, puesto que en vida no fue tan conocido como lo es hoy, pero lo suficiente para ser encarcelado en la prisión de Vincennes, como advertencia frente al contenido de sus textos, que molestaban a monarquía e Iglesia por igual.
Hacia el final de su vida comenzó a colaborar en una obra colectiva, como lo era la célebre Enciclopedia francesa que dirigió junto a Jean d’Alembert: se trataba de la Historia filosófica y política del establecimiento y del comercio de los europeos en las dos Indias, que de forma abreviada conocemos como Historia de las dos Indias, dividido en 19 libros, donde 5 hablaban de las Indias Orientales y 14 de las Occidentales. Esas contribuciones de Diderot son las que Roberto R. Aramayo ha traducido y editado para Plaza y Valdés con el título de Diderot contra el colonialismo y las tiranías. Contribuciones políticas a la Historia de las dos Indias. En una primera parte se traducen dieciséis fragmentos muy variopintos, que el autor francés había escrito para la segunda edición de 1774, a lo que siguen 7 capítulos sobre temas específicos: reflexiones sobre la religión, la moral, las naciones civilizadas y las naciones salvajes, la guerra, el comercio, y las bellas artes.
Más allá de pensar desde el corsé intelectual y la sensibilidad de un hombre del XVIII con todos sus prejuicios, estamos frente a un pensamiento audaz y avanzado a su época. La contribución de Diderot a esa obra está llena de declaraciones contra el colonialismo, el esclavismo y el Antiguo Régimen, con una actitud muy abierta al conocimiento de otras culturas.
Después de unos fragmentos diversos, el primer capítulo está centrado en una crítica y un análisis de la religión, donde Diderot reivindica la separación entre el Estado y la Iglesia y resume sus conocimientos sobre el brahmanismo y el código civil de los hindús, una civilización que le interesa por su antigüedad. A continuación, un breve capítulo sobre la moral, que desvincula de la religión, y asocia a una naturaleza para que sea universal. El tercer y cuarto capítulo están dedicados a una distinción insostenible, como nos ha enseñado la antropología en los últimos doscientos años, entre naciones civilizadas y naciones salvajes, donde Diderot habla de las dificultades para civilizar (desde su concepto de civilización) a China y Rusia, ahogadas según el autor en el despotismo y las supersticiones, y desde un concepto idealizado de lo “salvaje” que lo considera abandonado al instinto y a un estado de naturaleza inocente y libre, no contaminado por la civilización.
Su crítica a las luces de la ilustración, y a la civilización (especialmente a las naciones viejas y corrompidas) viene coronada por una terrible sentencia, que al mismo tiempo será premonitoria de lo que sucederá cuando Diderot ya esté muerto: “Una nación no se regenera sino en un baño de sangre”. Una advertencia que Diderot coloca antes de avisar a Luis XVI sobre la decadencia de Francia y de su reino.
En el quinto capítulo encontramos un vehemente alegato contra las guerras colonialistas: “¿por qué hace falta que os destrocéis mutuamente y que los pechos de vuestra nodriza estén contínuamente tiznados de sangre?”. Después, un episodio dedicado al comercio y a la crítica del colonialismo donde Diderot afirma que “conquistar y expoliar con violencia es una y la misma cosa”, y en el que hace una lectura entusiasta de un fenómeno contemporáneo, como fue la Revolución de las 13 colonias de América que se independizaron del Imperio Británico o una reprobación de la esclavitud, en la Europa ilustrada que se cree adalid de la libertad y fraternidad humana. Para terminar, un episodio en el que deposita en otros pueblos la esperanza de que desarrollen sus propias artes, ciencias e industrias.
Por encima de todo, estamos frente a un ejercicio brillante de filosofía crítica -en el sentido que tiene el krinein griego, es decir, discernir a partir de separar y discriminar- separando la moral de la religión, el Estado de la Iglesia, la naturaleza y la civilización… Más allá del colonialismo y las tiranías, pensemos en los clérigos, la Iglesia y la religión desde nuestra actualidad, no referida a las confesiones o a la religión cristiana, como a las religiones actuales, en torno a los emprendedores, la eficacia o las pseudo-ideologías simplistas que se coagulan en “nuevas iglesias” repletas de símbolos degradados. Y entonces el mensaje de Diderot resuena con fuerza y nos habla con más elocuencia que muchos filósofos que pretenden ser actuales.
Diego Civilotti – 31/12/2020