«Ética para tiempos oscuros» de Markus Gabriel (Pasado y Presente, 2021)

“Impera una gran agitación” son las primeras palabras del último libro de Markus Gabriel, traducido este año por Gonzalo García para Pasado & Presente. El punto de partida del texto es la situación de crisis de valores y su agravamiento en los últimos tiempos, con consecuencias multiformes en distintos ámbitos y grandes amenazas al pensamiento liberal y los valores democráticos. A partir de esto, Gabriel propone su libro como un intento de poner orden en un caos que tiene tintes peligrosos.

En efecto, el gran proyecto de la modernidad es la construcción de un orden, en la realidad y el mundo, a partir de su representación frente a nosotros, como sujeto de conocimiento. Si a esto añadimos que si algo caracteriza el pensamiento ilustrado, es ordenar y explicar el legado que recibe bajo una nueva luz, más que lanzarse a la originalidad, lo que tenemos en esta obra es una gran reivindicación de la Ilustración occidental como herramienta vigente. Así lo explicita el propio autor, proponiendo una “nueva Ilustración”.

En este sentido, Gabriel apela a rescatar la fuerza de la razón como fundamento moral de la vida en común, porque la razón siempre vive en lucha con la irracionalidad. De nuevo, como sucede en otras obras suyas, el enemigo es el relativismo posmoderno, que niega la existencia de hechos objetivos. Contra el relativismo, que es la gran amenaza de la nueva ilustración, que desemboca en el irracionalismo y diluye el gran legado de la ciencia y el conocimiento, erige un nuevo realismo moral.

La premisa filosófica son los hechos morales, exigencias éticas compartidas que parten de una certeza y definen los criterios de comportamiento. Gabriel sostiene que existen hechos morales evidentes e independientes de las opiniones, pero no de nuestro conocimiento: podemos pensarlos y nos ofrecen una brújula ética. Por eso, los hechos morales ocupan en este ensayo un lugar parecido al lugar que ocupaban los campos de sentido en su libro Por qué el mundo no existe.

Frente a la ideología y la manipulación, principales armas de los tiempos oscuros contra los hechos morales, el libro propone una ética basada en el realismo, el humanismo y el universalismo. Una ética que recupere el espíritu kantiano que definía la Ilustración como la salida de la minoría de edad para la humanidad. En la actualidad, y más aún frente a la crisis del coronavirus como espejo de nuestro verdadero rostro ético, nos tratan como a seres no dotados de razón, incapaces de llegar a la ética a través del uso autónomo de nuestras facultades .

Atraviesa el texto una confianza en la posibilidad del progreso moral si trabajan conjuntamente ciencia, economía, política y sociedad civil (literalmente moralischer fortschritt es la expresión que utiliza Gabriel en el título original, y que desaparece en la traducción). Y por eso también, propone que esa “nueva Ilustración” parta de la colaboración y no de la competencia por los recursos: autogestión y autonomía de los individuos gracias a la razón ética, que arranca de la observación de la realidad y no de la imposición de una fórmula. Eso sí, deberíamos subrayar que es una noción de progreso específica, que lo entiende como un proceso de descubrimiento de hechos morales que estaban parcialmente ocultos (como la abolición de la esclavitud).

Lo más interesante, desde el punto de vista de la aportación filosófica, es que Gabriel tiene que vérselas con algunos de los principales críticos de la modernidad ilustrada (enemigos incluso, los llamó Jürgen Habermas), como sucede con la crítica de los valores en Nietzsche, que enfrenta con mucha perspicacia en el primer capítulo, y con sus acólitos actuales, como es el caso del profesor Andreas Urs Sommer, ya en el cuarto capítulo.

Cabría preguntar a Gabriel, si no existían ya enemigos de esas luces que reclama, dentro del propio proyecto ilustrado (aunque procura responder parcialmente a eso en el segundo capítulo), o si en las fuerzas que nos han conducido al Estado democrático de derecho (como ideal, no siempre como realidad), no hay elementos ajenos a los valores que asocia a la Modernidad (aunque también procure incluirlos en ciertos pasajes del tercer capítulo: “No deberíamos olvidar que el Estado social y democrático de derecho ha surgido a partir de las revoluciones y guerras políticas -en parte, muy sangrientas- de los últimos doscientos años”).

En cualquier caso, estamos ante un libro que confronta muchas de las nociones que acepta el sentido común actual, que sustituye la “verdad” por el “pensamiento grupal” y lo hace, como en otros ensayos del autor, con la larga tradición del pensamiento occidental sobres sus espaldas.

Diego Civilotti – 6/05/2021